Atentado a la URSS
Dmitry Agranovsky
Traducción al español: Ximena Krasnaya
Por necesidades del trabajo, leí una entrevista al último líder soviético, publicada en "Komsomolskaya Pravda" hace poco tiempo. Pero no, no empezaremos por ahí.
Comenzaremos por lo principal: el 30 de diciembre de 1922 fue creada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nuestra Patria, camaradas, grande, única, irrepetible y amada. Y más grande y amada que nunca, ahora que después de estos 23 años tenemos con qué compararla.
Las estadísticas relacionadas con la URSS, están enterradas bajo enormes capas de mentiras, es que la propaganda oficial se ve obligada a esforzarse al máximo para explicar al pueblo lo maravilloso que es que le arrebataran a uno el Estado, el futuro, todos los ahorros conseguidos con un enorme esfuerzo, al mismo tiempo que les desposeían de todos sus derechos y de cualquier posibilidad de cambiar algo. Muchos mienten porque sirven a la clase de los Chubáis, de los “eficaces propietarios”, de los que salieron muy beneficiados de la catástrofe rusa. Otros mienten simplemente por inercia, por miedo a la realidad. Es duro reconocer que tú mismo, con tus propias manos, y encima con la ayuda de los enemigos declarados de tu país, destruiste la patria y privaste a tus hijos de futuro.
De un modo u otro, son muchas las cosas que resultan tan evidentes ahora, que ya han pasado estos 23 años trágicos y sin sentido, de un tiempo histórico perdido. En 1985, el último año antes de la guerra (ya que la “perestroika”, como ahora sabemos, era una especie de guerra), a la URSS le correspondía más del 20% de la producción industrial mundial. El Producto Nacional Bruto representaba cuando menos el 66% del de los EEUU. Y recalco lo de “como mínimo”, ya que la metodología del cálculo puede variar mucho y la mayoría de ellas están encaminadas a ocultar la realidad de la URSS. Ahora a Rusia le corresponde el 2%. O mejor dicho le correspondía, porque en el 2015 será notoriamente inferior.
En 1985 Gorbachov recibió un país absolutamente tranquilo, estable, una superpotencia segura de sus fuerzas, a la que le correspondía el 20% de la producción industrial mundial. Según la mayoría absoluta de parámetros, la URSS ocupaba el segundo o el primer lugar en el mundo. A nivel de seguridad, en todos sus variantes, sin duda ocupaba el primero. Por sus niveles de desarrollo científico, educativo, cultural, estaba en primer lugar. En el terreno militar ni a la Unión Soviética, ni incluso al más pequeño y alejado de nuestros aliados, nada le amenazaba. La producción y la población, incluida la rusa, crecían de un modo estable.
Y este país, con ayuda de la “perestroika” había que, partiendo de la nada, hacerlo hundir, incendiar, convertir en un campo salvaje, entregarlo para que lo saqueasen y fuese presa del pillaje. En 1985 los tiempos de crecimiento de la ya de por sí enorme economía de la URSS eran de cerca del 3,9% al año, y en general, desde 1950 a 1988 los tiempos de crecimiento de la renta per cápita crecían al doble de velocidad que en los EEUU, y eso que la semana laboral se había reducido de 48 a 40 horas. Es evidente que para el año 2000 la URSS habría acabado ocupando el primer lugar en el mundo en la mayoría de indicadores, por ello los EEUU contaban con un tiempo histórico muy limitado para descargar el golpe.
En mi opinión, Gorbachov es a la vez el más lamentable y más terrible de los gobernantes en la historia de Rusia. Para recibir la segunda -y en muchos sentidos la primera- potencia en desarrollo del mundo y dejar tras de sí, 15 pedazos sanguinolentos, sin ninguna esperanza de desarrollo, hace falta algo más que mala fe. Hay que ser muy, pero muy inútil. Y ahora mientras leo su entrevista en “Komsomólskaya Pravda” no veo ni el menor rasgo de remordimiento, empezando desde el título mismo: “No tenemos a quién culpar, nosotros mismo enterramos a la URSS”. Pues nosotros sí que tenemos. No fuimos nosotros, sino ustedes quienes la enterraron. Y lo acusamos a usted.
Lo más repugnante que nos toca escuchar ahora, son todos esos parloteos sobre que la “Unión Soviética se desmoronó”. Como si hubiese estado de pie y así porque sí se hubiese caído. Cuba no se desmoronó, Vietnam no se desmoronó (estoy ahora escribiendo este artículo en una computadora de una las principales marcas del mundo, donde dice “hecho en Vietnam”), la pequeña RPDC, en el más terrible de los bloqueos, no se ha desmoronado, fabrica sus propias computadoras, teléfonos móviles y misiles, y estoy convencido de que dentro de 5 años, con una población tan bien formada y disciplinada, ocupará un lugar relevante en la economía mundial. En la República Sudafricana, han llegado al poder nuestros hermanos del CNA y no tienen ninguna intención de desmoronarse. En Nicaragua los sandinistas han llegado al poder del modo más democrático posible y se preparan para construir junto con China un nuevo canal, como alternativa al de Panamá. Y qué decir de China. Mientras estábamos cumpliendo nuestra penitencia histórica, ellos ocupaban el primer lugar en el mundo en cuanto a la paridad de capacidad de compra.
Si a una persona le pegas un tiro en la frente, lo más probable es que se desmorone. Solo que no se tratará de una enfermedad, sino de un asesinato. Eso es precisamente lo que pasó con la Unión Soviética. La asesinaron. La despacharon en la flor de la vida, cuando nuestra gente empezaba a vivir bien, con seguridad y con un nivel de vida, según los estándares internacionales, más que digno. Mataron un país, que como ya he mostrado en el ejemplo de los países enumerados, no necesitaba de unas reformas tan complicadas y asépticas, para poder dar un nuevo salto hacia adelante.
“Acudí a las celebraciones, -relata Gorbachov- La destrucción del muro de Berlín entró en la historia y allí seguirá para siempre. Hicieron falta cambios enormes para conseguir que ese muro dejara de existir”. Para algunos era una fiesta, para nosotros una tragedia.
Pienso que para una enorme cantidad de alemanes, ese día también resultó trágico. Y una enorme cantidad de ellos, con el tiempo, también entendió que les habían engañado. ¿Y pasó Alemania a ser más libre? Estamos viendo ahora, cómo Alemania es un país completamente dependiente, sumiso a los EEUU, dispuesta a sacrificar sus intereses si así se lo ordenan desde el otro lado del océano. Y ya no hay otra Alemania, popular y democrática, que pueda objetar nada. Y difícilmente la caída del muro fue una fiesta para nuestro amigo Erich Honecker, al que estuvieron persiguiendo por todo el mundo, o para nuestro amigo Ceaucescu, fusilado por delincuentes, o para nuestro amigo ahorcado Najibulá, abandonado por Gorbachov, después de todas las vidas que fueron sacrificadas para crear en Afganistán un Estado estable, aliado de Rusia. Su “fiesta” se convirtió en tragedia para millones de nuestros amigos y hermanos a lo largo de todo el mundo, para aquellos que confiaban en nosotros, que nos querían, que estaban dispuestos a dar la vida por nosotros, y a los que el gobierno de entonces traicionó vilmente. Me niego a llamarlo “nuestro” gobierno.
Pero Gorbachov también tiene respuesta para eso: “En el primer día del encuentro con los líderes de los países del Pacto de Varsovia ya les dije: En lo que atañe a la política interna de sus países, desarrollenla, aplíquenla, ustedes son los que responderán por ella. No vamos a inmiscuirnos en sus asuntos internos…En ese momento advertí que su reacción fue muy distinta….Y les dije: la doctrina Brézhnev pasa a ser historia. Sin eso no hubiera sido posible acabar con el muro de Berlín”.
Lo que traducido a un ruso sencillo quiere decir, que a la pregunta ¿Y entonces nosotros qué hacemos ahora? Les respondimos: “Ya no los necesitamos más, ahora tenemos a los EEUU como amigos, así que pueden ir donde quieran. ¿De qué habríamos de sorprendernos ahora, cuando incluso Bulgaria ha estado remoloneando hasta el último momento con el “South Stream”, por miedo a tropezar con la misma piedra?
Bueno, si eso era una fiesta, vaya ¡qué fiesta! Sólo que nosotros éramos unos extraños en esa fiesta. Para todo el mundo es ya evidente, que derribaron el muro de Berlín, para levantarlo ahora frente a Donetsk, en nuestro Donetsk, donde ahora están en guerra. Una guerra que antes de la “perestroika” (maldita sea) nadie ni en la peor de las pesadillas hubiese nunca imaginado que pudiera ser posible.
Y no hay que pensar que nos hemos olvidado de nada. Recordamos cómo después del aterrizaje de Rust en la Plaza Roja, al que por cierto habían llenado el depósito en Smolensk, defenestraron a todo el mando patriótico del Ministerio de Defensa de la URSS, recordamos la más que extraña catástrofe nuclear de Chernóbil, recordamos cómo se creaba artificialmente el déficit de productos, cómo comenzaron a arder trenes y a hundirse barcos, cómo el primer ministro Ryzhkov se quejaba de tener trenes sin descargar, que llegaban hasta Brest, cómo a los inspectores de sanidad les obligaban a rechazar enormes partidas de productos de alimentación, bajo pretextos absurdos. Inspecciones como aquellas ahora ya no se producen.
Recordamos cómo se azuzaban los conflictos nacionales, que dejaron de darse, como siguiendo una orden, tras el asesinato de la URSS, y que han vuelto a resurgir de nuevo en Ucrania, después de que Rusia, por vez primera en 23 años, se atreviese tímidamente a mencionar sus intereses vitales.
Recordamos las descerebradas (aunque puede que al contrario, desde el punto de vista del enemigo muy razonables) reformas económicas de la perestroika, cuando las cooperativas y pequeñas empresas hincaron en las fábricas sus mandíbulas, como parásitos chupasangre, extrayendo de ellas todos los jugos. Toda la “perestroika” la interpretó como un acto perfectamente dirigido e intencionado para hundir y destruir el país, como una preparación para la siguiente etapa, para descuartizarlo salvajemente en 15 pedazos ensangrentados, y para arrebatar a los ciudadanos todos sus ahorros y entregar todas sus riquezas a un puñado de “propietarios”. “Era vuestro, pasó a ser nuestro”. La “perestroika” fue el primer ensayo de las tecnologías “naranjas”, de la guerra, donde la principal arma no es el ejército y el valor, sino la traición, la más ruin de las vilezas, la cobardía, y la perfidia más desvergonzada.
La echaron a girar aquí, lo celebraron en Berlín y luego esa sangrienta rueda la pusieron a rodar por el mundo.
Sí, ellos tienen mucho que celebrar. Por ahora tienen. Y nosotros, a lo largo de 23 años, hemos quedado en la nada, sólo confrontados con Occidente, pero en circunstancias aún peores. Y esa guerra, aplazada en el 91, no se ha ido a ninguna parte, sino que nos ha alcanzado en el 2014. Y no debemos hacernos ilusiones. Llegar a acuerdos por las buenas con Occidente, es imposible. Pero algo me dice que no va a haber una segunda “perestroika”. No debe haberla. Si alguien aspira a volver a vender los intereses del país y volver a vivir como en estos últimos 23 años, no le va a resultar.
No habrán más perestroikas. Mientras que la perestroika de entonces terminará por aguardar a sus historiadores uniformados.
Pero de todas formas hoy, nosotros y ustedes, tenemos una fiesta, una fiesta de verdad. ¡Feliz cumpleaños, Unión Soviética!
Dmitri Agranovski
Elektrostal, provincia de Moscú, 29 de diciembre de 2014
Traducción al español: Ximena Krasnaya
Original en idioma ruso: http://agranovsky.livejournal.com/935544.html
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